lunes, 1 de diciembre de 2008

De Caen al aeropuerto

Y llegamos al último (y larguísimo) día. El vuelo nos salía de Beauvais a las 7 de la mañana,así que decidimos no coger hotel esa noche y aprovechar al máximo el final del viaje.

Comenzamos en Caen visitando la Abadía de las Damas, y la Abadía de los Hombres, que son los dos principales puntos turísticos de la ciudad, y desde allí nos fuimos a las playas del Desembarco de la II Guerra Mundial. Es una pena que el día estuviera con niebla, porque no pudimos ver las playas, pero sí los restos de los bombardeos en Point du Hoc, donde se conservan baterías antiaéreas, y enormes boquetes abiertos por las bombas aliadas. Estuvimos también en el cementerio americano, con tumbas de más de 20.000 soldados que murieron durante el desembarco. Toda la zona es sin duda un lugar para el recuerdo de algo que nunca debería haber ocurrido.

Y con la lección de historia aprendida, seguimos por la costa en un día bastante lluvioso ya sin un rumbo demasiado definido, hasta que llegamos al precioso pueblo pesquero de Honfleur, junto a la desembocadura del Sena. Cruzamos el puente sobre el estuario, y fuimos a Etretat, conocido por sus elefantes, formaciones rocosas que por su forma lo parecen. Hay varias de ellas, y es verdad, parecen elefantes. Cenamos allí, y como último destino elegimos Rouen.

Rouen lo vimos ya completamente de noche, y no pudimos apreciar bien su magnífica catedral ni su amplio casco histórico, pero ya no teníamos tiempo par más, y teníamos que ir al aeropuerto de Beauvais. Tuvimos un último problemilla de camino, y es que la mayoría de las gasolineras cierran por las noches y sólo admiten tarjeta de crédito... de las de chip. En España no se suelen usar, pero allí son las más habituales. Nosotros sólo teníamos de las de banda magnética, así que nos resignamos a tener que devolver el coche con el depósito casi vacío con el consiguiente recargo. Sin embargo, entre la facturación y el embarque dio tiempo a que abrieran las gasolineras, llenamos el depósito, y vuelta a Madrid.

Y esto es todo. Un agotador viaje, pero con un montón de recuerdos de sitios maravillosos en la maleta, de gentes encantadoras, pese al tópico de que nos tienen manía (lo cual no es cierto), y con ganas de volver, eso sí, con un poco más de calma.

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